1 de abril del 2020
Canto a mi padre (CM)
“Todo ángel es terrible. Y no obstante – ¡desdichado de mí! – Os invoco, casi mortales pájaros del alma, Sabiendo que existís”
Rainer María Rilke, Elegías de Duino
Asunto: Reflexión
Estimadx consteladxr de estrellas:
Texto realizado para el ensamble de “A lo lejos he escuchado el pulso de un tiempo”. Dirigido por Gabriela Ferreira y Fernando Montes.
Sí la noche parece un leve despertar, ¿por qué desdibujas su mística con tus pasos sigilosos pero voraces? Me tomas por principiante en esto de la vida, pero tu no haces parte de ella, te creó el miedo, ¿cuál es tu juego azaroso? ¿sí no le pediste jugar, por qué lo atrapas en tu sombra? ¿por qué la sensación de tus decisiones se camufla en una ruleta rusa? Las mías no. ¿A quién le perteneces, sí no es ni a la vida ni a la muerte? Esta noche me destrozaste, qué digo, mis colores huyeron por tu presencia, una parte de mí, abandonó la felicidad y el amor de los diecinueve años, pero la desilusión del adiós repentino y joven, ¡será mi victoria!
Sí repaso en los pliegues de mi memoria los momentos en los que no te vi en la forma real que tuviste durante meses, —¡ojalá mi mamá llegue a tiempo, estoy tan cansada!— me muero del desasosiego intenso por no haber ganado las primeras batallas. Si estabas camuflada manchando el caminar vital, así como sus lecturas nocturnas, así como la rectitud de su rostro, ¿creíste que todo se quedaría ahí?
¡Está en mi mente cómo subí las escaleras apurada para contarle a mi hermano que te había descubierto, habían visto a mi papá perdido en una casa buscando el baño que estaba enfrente de él! Si lo pienso bien, aquella familia me marcó la vida, pues el suicidio del hijo menor, me enseñó que la escritura es una forma de recordar para sanar. Cuando Carlos el mayor, me contó que en la visita que hizo mi padre a su casa parecía enajenado, solo podía preguntarme qué clase de monstruo habitaba en él, y cómo lo estaba acabando sin que nos diéramos cuenta, ¿por eso mi papá caminaba sin levantar los pies? ¿Por eso decidió viajar un treinta y uno de diciembre? —Quisiera de hecho, no estar donde estoy y como estoy. ¡Búa! pero no puedo dejar solo a mi papito, ya casi viene el neurólogo—. Mi rostro lleno de llanto en un instante, solo fue un reflejo de lo descompuesto que sentía mi corazón, la culpa exorbitante y tóxica no me dejaba respirar. Sí, gozabas de que no lo supiéramos, ni él mismo. Abrí la puerta con un mi pie de golpe, y sin preverlo mi mano entraba en mi bolsillo.
¿Con la hija del profe? —una voz desconocida— es que le veo a su papá la cara torcida, sí sí, como de lado.
No viste que fueron pocos los minutos para entrar al carro y llegar a su
casa, le habíamos pedido que se bañara y vistiera bien para ir al doctor. Si intento recordar fueron pasos largos y grandes para llegar a su apartamento, un toc toc seguido y vehemente sin respuesta, —así resuena mi cabeza ahora, como si me pegaran un toc toc, ¡qué migraña me da este olor a hospital!— al entrar gracias a los encuentros de la vida, pude ver el penoso ritual para vestirse de mi padre.
Te encargaste como un ángel maldito de elongar el tiempo del primer paso
al segundo entrando, ¿cierto? Creo tener aún en mi piel el suspiro nublado de mi hermano al ver el cuarto volcado entre ropa y cobijas, el comedor servido de libros a reventar, el baño verde por la luz. Su respiración me dijo más de lo pasaba que el mismo espacio. Hundida en un sentimiento de incredulidad se detuvo, se dilató el tiempo, todo pasaba lentamente.
Como estabas colgada en la vitalidad de él, pasó un segundo y lo enredaste entre su saco, sus brazos y su cabeza. Él con las manos arriba, y la cabeza abajo quedó atrapado. Supimos en una mirada, que nada sería como antes. Repasaba lo que tenía que decir cuando te describiera, sí mi papá tiene el lado izquierdo del rostro caído, tiene incontinencia, la presión alta, una arritmia, la rectitud de su actuar está ladeada como su posición al sentarse, ¡no lo dejabas sentar derecho, siempre se iba a la izquierda!, al menos sé que el amor no lo tiene perturbado,
el sigue diciéndome la niña de sus ojos. Te conocimos porque te mostraste, devoradora de vida y sigo preguntándome ¿de quién eres Enfermedad, de la vida o de la muerte? ¿hay diferencia para ti?
(P.D: Diríjase a la carta CL, a una estrella con cuerpa de mujer)

