15 de mayo del 2023

Como una gota por el cabello (CG)

Asunto: Trabajo escrito

Estimadx consteladxr de estrellas:

Escucha a una mujer hablando en una asamblea (si no ha perdido el aliento dolorosamente): no “habla”, lanza al aire su cuerpo tembloroso, se suelta, vuela, toda ella se convierte en su voz, sostiene vitalmente la “lógica” de su discurso con su propio cuerpo; su carne dice la verdad. Se expone. En realidad, materializa carnalmente lo que piensa, lo expresa con su cuerpo

-Helene Cixous, La risa de la medusa.

 El presente escrito lo realicé para una clase de Estudios Literarios: cátedra de investigación, con el propósito de    analizar sobre el sonido y la voz, estudiada en mi carrera Artes escénicas.

 Bajo la claridad de los conceptos y postulados como acustemología, onda, paisaje sonoro, ruido, ecofonia, es manifiesto cómo la nevera no para de vibrar. El fogón prendiéndose reconfigura la mirada, el oído se acerca a los textos. Si bien la pupila ha construido realidades y es fuente de conocimiento, parece que en la academia el sonido se escapa de esta función. Pero este existe como un espacio tan liminal que lo audible a veces es invisible, lo inaudible es comprendido, y sobre todo, el sonido simplemente atraviesa, cae, es aparición. Entonces ¿cómo se transforma el acto de escuchar cuando el foco de atención se traslada al sonido y no a la palabra? Opino que en el acto de escuchar aquello nebuloso, a veces amorfo, se vuelve audible otra composición del reparto de lo sensible o, la palabra se vacía de sentido y queda el sonido. Ranciere (2011) menciona:

Esa distribución y esa redistribución de los espacios y los tiempos, de los lugares
y las identidades, de la palabra y el ruido, de lo visible y lo invisible, conforman lo que llamo el reparto de lo sensible. La actividad política reconfigura el reparto de lo sensible (…). Hace visible lo que era invisible, hace audibles cuales seres parlantes a aquellos que no eran oídos sino como animales ruidosos. (p.16)

Para la acción de escuchar una síntesis de lo anterior, una decisión que da otra sensibilidad. El autor Steven Feld en “Una acustemología de la selva tropical” parte de la palabra acustemología, para nombrar la unión entre el sonido y la episteme. Lo anterior lo ejemplifica con la región Bosavi y la expresión de los kaluli a lo largo del texto.

Con el uso del término acustemología quiero sugerir una unión de la acústica con la epistemología, e investigar la primacía del sonido como una modalidad de conocimiento y de existencia en el mundo. El sonido emana de los cuerpos y también los penetra; esta reciprocidad de la reflexión y la absorción constituye un creativo mecanismo de orientación que sintoniza los cuerpos con los lugares y los momentos mediante su potencial sonoro. (Feld, 2013, p.222)

Con la anterior cita lo primero a resaltar es la comprensión de la acústica como aquel conjunto de saberes para interpretar, como el lugar de conocimiento, como fuente para llegar al mundo y accionarlo. Un ejemplo es la relación personal que tengo con mi madre. Reflexiono y concluyo que mamá ha creado con su voz
el cuidado, su arrullo vibratorio MmmMmm… mMmM es el ritmo constante que permeó mi sensibilidad y ansia, sus pasos en la casa han configurado no solo lo que implica mi relación con el hogar sino con la idea misma de maternidad.

Al escuchar su ir y venir apresurado, frenético mientras yo tosía fue clara la relación histórica con quién ejerce los roles de cuidado, sin ser esto, pasivo o sencillo. Por el contrario, como sucede en el cuento “El triunfo” de Clarice Lispector (2018) aquella mujer incorpora un reparto de lo sensible totalmente fuera del orden patriarcal: “Va al lavabo y se moja la cara. Sensación de frescura, desahogo. Está despertando. Se anima. Se trenza el pelo” (p.23). No es una condena la casa, de esa herida histórica surge la otra mirada, el otro sonido, el otro reparto de lo sensible. Así, esto se une con el concepto de Feld acustemología (2013) explica en un pasaje: “entiendo por acustemología la investigación de las relaciones reflexivas e históricas entre oír y hablar, entre escuchar y producir sonidos”(p.222).

Ligados a los sonidos de la casa aparece el concepto de paisaje sonoro desarrollado por Barthes (1982), dice: “El espacio de los ruidos familiares, reconocibles y su conjunto forma una especie de sinfonía doméstica: los diferentes golpeteos de las puertas, las voces, los ruidos de la cocina” (p.244). Este mundo de la acústica no pide ser sonado. Resulta como característica de ciertos sonidos su aparición sin ser solicitada, a veces acuoso o nítido. Un punto interesante de diferencia entre este postulado y el que desarrolla Feld, es la distancia entre un sonido y el que viene. Mientras Barthes ve una sinfonía, es decir, una suerte de simultaneidad de la acústica, Feld en sus análisis de la selva ve más una ecofonía, una especie de eco o de sonido que sobresale momentáneamente para luego hundirse en los demás.

Al mismo tiempo, el sonido brinda un lugar y hora, una claridad en el espacio de distancia cercana o lejana. Lo anterior me lleva al paisaje sonoro del hospital. Un tic tac del suero, una camilla que relincha, el grito inaudible del
dolor. Reflexiono sobre los sonidos de la enfermedad, indecibles pero claros en la emoción. Una suerte de ausencia presencia por el sonido, quiero decir, aunque hay una enfermedad no es visible en varias ocasiones. Por ejemplo, existe un lamento en la voz cuando hay ardor por una inflamación no evidente, algo entrañable. Vive en lo oculto, en lo sintomático sin ver el órgano claramente, pero el sonido, opera como presencia de la sensación. Lo mismo sucede con la presencia de los pájaros en la cultura de los kaluli, vienen a decir historias perdidas humanas, son el sonido y hacen un acto de presencia sobre la ausencia (Feld 2013).Eso mismo ha pasado en el grito del doliente, del que no es mirado…

¿Por qué en la oscuridad de la cortina no la escuchan? ¿por qué no la escuchan?¿por qué el grito no les atraviesa el cráneo, los mueve y hace correr, huir, no desear?

Por el cemento de los edificios se filtró el sonido, cual avalancha de espuma pasando entre las capas azules, entre tanto, el titilar del suero atravesaba la vena de mi padre, en un segundo se creó como vez primera mi relación con el grito. Apareció sin consentimiento, como una gota por mi cabello. Supe cómo sonaba la enfermedad. Conocí cómo la entraña moviliza el aire y recorre la laringe para pedir un auxilio, una mirada, pensé, quise rasgar al doctor mientras respondía desde el otro cubículo −sísí claro que te quiero sana, sí claro que tu sollozo atraviesa mi mejilla mi ojo, tranquila, yo te cambio el pañal−. Recuerdo el olor de la madrugada por el sonido de la señora al lado: se había orinado. ¿Por qué no la escuchaban pedir ayuda? El grito, el lamento, al igual que la polución sonora generan una descarga acústica en uno, un deseo hasta involuntario de movilizarse por lo que se escucha tal como dice Ramos (2010) en “Descarga acústica” sobre el filósofo: “El alboroto descarrila el pensamiento de su ruta habitual, lo desborda de su interiorizado y a veces sordo discurrir. La descarga acústica sacude al filósofo de pies a cabeza y saca su discurso de tiempo” (p.49).

Pero cuando sucede lo que menciona Barthes del proceso primero de escucha en el que se realiza una selección del sonido por la contaminación auditiva (donde más adelante especifica el desarrollo de desciframiento), es infame no escoger escuchar el grito, algo común en las salas de urgencias de Colombia tanto por el personal médico como de enfermeras. Podría pensarse entonces que una característica del grito es contraria a la ecofonia, no busca diluirse en lo demás sino resaltar para quedarse, permanecer y ser reconocida. Tener libertad en el sentimiento y lograr invadir los cuerpos.

Ahora bien, aquella sinfonía se ve de cierta manera en la calle. Hay un conjunto de sonidos que implican lo que se entiende como “el afuera”. Y si el sonido es aquel lugar de conocimiento, se podría intuir que lo férreo y
gaseoso de las avenidas no hace bien, que la tos, que si las hojas de los árboles suenan en el paisaje sonoro tendríamos un andén diferente, sin embargo, no es mi intención caer en un rechazo al espacio y dinámicas de la calle. El ruido que a veces esta produce ni es el constante ni necesariamente una afección al humano, es una balada no armoniosa. La interrupción de la ambulancia en una conversación es simplemente conocer desde el cuerpo la calle. Dicho de otro modo, el sonido construye ciudad. Para concluir creo que el sonido en definitiva registra otras formas de sentido no observadas o no valoradas, dadas por obvias. Aquel reconocimiento que observo en varios lugares del sonido como la casa, la maternidad, la calle, la enfermedad sin duda se podría ampliar y reconocer en otros espacios.

 

(P.D: Diríjase a la carta NR, esa estrella me acompañó y creció a mi lado durante estos cinco años)

 

Referencias

Barthes, R. (1986). Lo obvio y obtuso. Barcelona: Ediciones Paidós ibérica Feld, S. (2013). Una acustemología de la selva tropical. Revista colombiana de antropología. Volumen 49(1)
Lispector, C. (2018). Todos los cuentos. Madrid: Siruela

Ramos, J. (2010). Descarga Acústica. Papel máquina (n°4), 49-77.
Ranciere, J. (2011). Política de la literatura. Buenos Aires: Libros del zorzal